Recientemente, Penguin Random House, editorial que está a cargo del libro “Fuego y Sangre” de George R.R. Martin, está liberando extractos de lo que podremos leer a partir del 20 de noviembre.
Debes leer: "Fuego y Sangre": Ya puedes leer la traducción del fragmento publicado por George R.R. Martin
Veamos un poco del extracto II y III que hemos podido tener acceso.
Fuego y Sangre, extracto II
Lord Manderly agasajó muy ricamente a la reina. En el banquete de bienvenida se asó un uro entero, y una hija suya, Jessamyn, sirvió de copera a la monarca, rellenándole la jarra de recia cerveza norteña, que la reina declaró mejor que ningún vino que hubiera catado jamás. Manderly también celebró un pequeño torneo en honor a la reina, a fin de hacer gala de las proezas de sus caballeros. Uno de los combatientes, si bien no era caballero, resultó ser una mujer, una joven salvaje capturada por los exploradores al norte del Muro y entregada al cuidado de un caballero de la casa de lord Manderly.
Deleitada por la osadía de la moza, Alysanne mandó llamar a su escudo juramentado, Jonquil Darke, y la salvaje y la Sombra Escarlata se batieron lanza contra espada mientras los norteños rugían de aprobación. Unos días después, la reina convocó a las damas de su corte en el salón de lord Manderly, algo hasta entonces inaudito en el Norte, y más de doscientas mujeres y mozas se congregaron para transmitir sus pensamientos, inquietudes y cuitas a su alteza.
Tras partir de Puerto Blanco, el séquito de la reina remontó el Cuchillo Blanco hasta los rápidos y continuó por tierra hasta Invernalia, mientras Alysanne se adelantaba a lomos de Ala de Plata. La cordialidad de su recepción en Puerto Blanco no se repetiría en la ancestral sede de los Reyes en el Norte, donde tan solo Alaric Stark y sus hijos comparecieron para recibirla cuando su dragón aterrizó ante las puertas de su castillo. Lord Alaric tenía fama de ser recio como el pedernal: un hombre endurecido, se decía, severo e implacable, ahorrativo hasta un punto rayano en la tacañería, privado de sentido del humor y de alegría, frío. Ni Theomore Manderly, que era banderizo suyo, podía disentir.
Stark era muy respetado en el Norte, según dijo, pero no amado. El bufón de lord Manderly lo expresó de otro modo: "Me da la impresión de que lord Alaric no ha hecho de vientre desde los doce años". El recibimiento que le deparó Invernalia no hizo nada por disipar sus temores en cuanto a lo que le cabía esperar de la casa Stark. Aun antes de desmontar para postrarse de hinojos, lord Alaric observó con recelo la vestimenta de su alteza y dijo: "Espero que traigáis algo más abrigado". A continuación declaró que no quería tener su dragón intramuros. "No he visto Harrenhal, pero sé lo que pasó allí".
Recibiría a los caballeros y damas de la reina a su llegada, "y al rey asimismo, si encuentra el camino", pero no debían abusar de su hospitalidad. "Esto es el Norte, y se acerca el invierno. No podemos dar de comer a mil hombres mucho tiempo". Cuando la reina le aseguró que tan solo llegaría un diezmo de esa cifra, lord Alaric gruñó y dijo: "Eso está bien. Cuantos menos, mejor". Como era de temer, le había disgustado que el rey Jaehaerys no se hubiera dignado acompañarla, y confesó no estar del todo seguro de cómo agasajar a una reina. "Si esperáis bailes, mascaradas y danzas, habéis venido al lugar menos indicado."
Fuego y Sangre, extracto III
Lord Alaric había perdido a su esposa tres años antes. Cuando la reina expresó su pesar por no haber llegado a tener el placer de conocer a lady Stark, el norteño dijo: "Era una Mormont de la Isla del Oso y no la habríais considerado jamás una dama, pero a los doce años acometió con un hacha a una manada de lobos, mató a dos de ellos y se hizo una capa con sus pieles. Me dio también dos hijos fuertes, y una hija tan placentera de contemplar como cualquiera de vuestras damas sureñas".
Cuando su alteza dejó caer que la complacería ayudar a concertar matrimonios para sus hijos con las hijas de grandes señores sureños, lord Stark rehusó bruscamente. "En el Norte seguimos adorando a los antiguos dioses. Cuando mis chicos tomen esposa, se casarán ante un árbol corazón, no ante algún septón meridional".
Pero Alysanne Targaryen no se rindió fácilmente. Los señores del sur honraban a los antiguos dioses tanto como a los nuevos, dijo a lord Alaric. Casi todos los castillos que conocía tenían un bosque de dioses, así como un septo, e incluso había ciertas casas que jamás habían aceptado a los Siete, no más que los norteños: ante todo, los Blackwood de las Tierras de los Ríos, y quizá al menos una decena más.
Incluso un señor tan adusto y pétreo como Alaric Stark se halló indefenso ante el terco encanto de la reina Alysanne. Concedió pensarse lo que le había dicho y tratar el asunto con sus hijos. Cuanto más se prolongaba la estancia de la reina, más encariñado con ella se sentía lord Alaric, y con el tiempo, Alysanne acabó por comprender que no todo cuanto le habían dicho sobre él era cierto.
Era cauto con los gastos, pero no rácano; no carecía de sentido del humor, si bien el suyo era bien particular, afilado como un puñal; sus hijos y las gentes de Invernalia parecían tenerlo en alta estima. Cuando se fundió el hielo inicial, llevó a la reina a una cacería de alces y jabalíes en el bosque de los Lobos, le mostró la osamenta de un gigante y le permitió hurgar a placer en la modesta biblioteca de su castillo. Incluso tuvo a bien aproximarse a Ala de Plata, aunque prudentemente.
Las mujeres de Invernalia cayeron asimismo cautivadas por el encanto de la soberana en cuanto llegaron a conocerla. Su alteza intimó especialmente con Alarra, la hija de lord Alaric. Cuando el resto de la comitiva de la reina se presentó por fin a las puertas del castillo, tras bregar con pantanos sin caminos y nieves estivales, la carne y el hidromiel corrieron con alegría pese a la ausencia del monarca.